lunes, 22 de octubre de 2007

La necesaria finalidad del bien

Uno de los grandes problemas de la ética nace de desnudar el "bien" de toda finalidad.

Aristóteles queda olvidado. El bien, lo bueno, antaño definido por el macedonio como lo útil para alcanzar un fin dado, pasa a vivir sin recordar su fin... aunque éste nunca dejara de existir.

El bien se convierte así en un imperativo sin más fin que él mismo (Kant) y el adjetivo "bueno" se convierte en algo indivisible, indefinible (Moore). Bueno es bueno... el fin ha desaparecido. El bien se enseña como obligado por sí mismo, quedando preso de la tradición, lejos de la razón.

Pero si el bien no tiene finalidad... ¿por qué ha de ser seguido? ¿Qué hay en él que obligue su búsqueda?

Aún peor: ¿quién ha decidido dónde está el bien?

Solo la existencia de un fin da un sentido racional al bien, y lo convierte en imperativo. Sólo la voluntad, privada y libre, fuente de todo fin humano, puede basar la decisión sobre lo bueno.

Voluntad que tal vez decida no decidir.

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